lunes, 5 de mayo de 2008

La psicología de principios del siglo XX en Argentina

La escena introductoria

El año 1880 ignagura un periodo de estabilidad política y prosperidad económica que adquirió un ritmo inusitado entre fines de los `90 y 1914. En esta época Argentina era uno de los principales productores y exportadores mundiales de materias primas y alimentos. Este junto a otros factores como la firmeza política y las condiciones propicias creadas por el nuevo régimen conservador-liberal, los privilegios y garantías de rentabilidad, alentaron la vertiginosa creciente de capitales extranjeros, especialmente británicos. Lo que convirtió a la Argentina de principios del siglo XX en la principal destinataria de capitales extranjeros y no sólo capitales; con la expansión económica la necesidad de mano de obra fue cada vez mayor lo que provocó que el Estado estimulara la entrada de inmigrantes al país (¿deseos oligárquicos de europeizar la Argentina?). La creciente afluencia inmigratoria entre 1880 y 1910 sumo mas de tres millones de extranjeros y en 1914 los inmigrantes en busca de nuevos horizontes ya conformaban mas del 80 % de la población. Esto trajo aparejado un proceso de urbanización; crecimiento urbano, desconfiguraciones y cambios en la estructura social, lo que a la vez dio lugar a la desigualdad de riquezas y al surgimiento nuevos sectores y clases en la sociedad, como el sector obrero.
El desordenamiento social también provocó un empobrecimiento (aun mayor) de las condiciones y estilos de vida, los salarios eran muy bajos y los empleos estacionales inestables lo que empujaba a periódicas crisis económicas. Las viviendas eran muy precarias, la gente vivía subsistiendo en conventillos, donde la promiscuidad, el hacinamiento, la mala ventilación y la humedad de los ambientes reducían la vida privada al dormir y empujaban a los inquilinos a una vida hacia fuera que se desarrollaba en la calle y el barrio. Estos nuevos integrantes parecían no tener características flamantes para mejorar el país, mucho menos para empaparlo de cultura europea y así satisfacer los ideales de formar una “raza blanca” de las elites de nativos, todo lo contrario, eran pobres, exiliados, anarquistas y revolucionarios, se podría decir que ya por estos tiempos acechaba la represión y pero ¿con que disfraz?.
Estos son los principales factores que hicieron disparar a los mecanismos y procesos de control social, estatal, e institucional contra los inmigrantes.
Surgen como formas de legitimación del ejercicio del poder del régimen hegemónico las leyes de residencia y defensa social que fomentaban la fragmentación y la segregación argumentando al cosmopolitismo como perdida de identidad. También aparece la psicología tutelada desde la medicina con un rol asistencial, alejada de la dimensión subjetiva y social y los laboratorios de psicología experimental con el fin de realizar diagnósticos para diferenciar a la población normal de la patológica, la creación de instituciones asistenciales y clínica criminológicas, hospicios, hospitales, cárceles, es decir lugares de aislamiento a donde serán derivados los anormales con el fin de una redistribución poblacional y reestablecimiento del orden social.





Cientificismo como aval de un status político

La psicología de principios de siglo XX entra en escena no como disciplina sino como instrumento, haceres, saberes y poderes, como cómplice de un gobierno conservador, en época de democracia de participación restringida, con un papel asistencial compatible con los objetivos políticos, oligárquicos en juego. El principal factor que posibilito este lazo de compatibilidad entre las instituciones de psicología aplicada y las políticas de control fue la concepción de sujeto que reinaba en este periodo restrictivo que abarco desde 1900 hasta 1916. Al sujeto social se lo situaba en una posición pasiva y manipulable, su participación política era débil ya sea por desinterés en las elecciones o por fraude y control electoral de los llamados gobiernos "electores”, ya que los que elegían no eran los ciudadanos sino los gobernantes. El sujeto aparece como desprovisto de autonomía, como discapacitado, disfuncional, es un sujeto al cual hay que asistir y manejar. Un sujeto al que se lo llevan los fuertes vientos que soplan las elites. Mas que sujeto era objeto, objeto de observación, tratamiento y ensayo, estudiable, medible y clasificable, en fin, objeto de investigación de la ciencia. “La pretensión del positivismo de poseer un status científico lleva a estudiar al hombre como si este fuera un objeto determinado por una serie de leyes causales similares a las que regían el mundo de la física”[1]. Así la ciencia surgirá como un modo de justificación y racionalización del sistema de poder estatal y políticas de control social.
El cientificismo[2] como aval del statu-quo político de esta época y el método positivista al servicio de la supresión de la diversidad hacen que la legitimación se separe de lo político (y también de lo jurídico) y se vuelva científica, en verdad, nada mas que la ideología de un Estado intervensionista que deja a un lado las concepciones contractuales que sirvieron a la clase hegemónica el ascenso al poder.
“Las “sociedades” humanas pueden estudiarse con el mismo criterio que los naturalistas aplican al estudio de otras “sociedades” animales; numerosas especies viven en grupos o colonias no siendo imposible que los “homínidos” vivieran de esa manera antes de transformarse en “hombres” lo que excluiría todo hipotético contrato social (...) Todos los agregados humanos, son colonias animales organizadas de acuerdo con las condiciones de subsistencia propias de la especie”[3]. Esta concepción natural de las sociedades coincidía con la presunción y restricción de la clase política que toma a la ciencia positiva como armamento. “La ciencia era el discurso que le permitía al positivismo ridiculizar la idea de la sociedad como contrato, en la misma forma que ridiculizaban los argumentos teocráticos. Esta fue la tarea que tuvo a su cargo el cientificismo positivista del siglo pasado”[4].
El carácter científico fue aportado esencialmente por las ciencias de la naturaleza y en especial por la biología, por lo tanto sobre este modelo confluyen otras disciplinas científicas como la sociología, la antropología, la psiquiatría y luego la psicología, produciéndose una ecuación entre las ciencias naturales y las ciencias sociales y por ende una concepción naturalista y biologicista del hombre y la sociedad.
“La humanidad nos ofrece, simplemente, el caso de una especie animal luchando por la vida con otras y procurando adaptarse, en grupos, a un medio físico limitado: la corteza de la tierra”[5]. El origen de este pensamiento, expresado por José Ingenieros en 1908 puede observarse en la tesis planteada por Darwin en su teoría de evolución de las especies donde sostiene que las funciones físicas y psíquicas evolucionan conforme al medio y que el hombre esta en relación con otros animales y sobre él influyen los mismos impulsos biológicos, es decir, que “los diversos grupos sociales necesitan adaptarse a su medio y están sometidos al principio biológico de la lucha por la vida, lo mismo que los grupos de otras especies gregarias y esa condición de vivir en grupos determina modificaciones colectivas, subordinadas al cambio incesante de sus condiciones de adaptación y selección natural”[6].
La pretensión de una psicología positivista a principios del siglo XX era totalmente funcional con esta concepción de hombre y sociedad y con los ideales políticos y económicos. A través del método científico aplicado en el laboratorio de mediciones sensoriales y psicología experimental, fundado por Horacio Piñero, bajo las premisas de medición (cuantificación), objetividad (neutralidad) y causalidad (determinismo) se realizaba diagnósticos diferenciales con el fin de clasificar a la sociedad y lograr un “reordenamiento” social, derivando a los que no se adaptaban a instituciones asistenciales como los hospicios y las cárceles, donde seguramente ya no se trataría de vivir o sobrevivir. No se trataba “solamente de un distanciamiento social y psicológico, sino fundamentalmente de un distanciamiento ideológico”[7]. Con el método positivo, introducido por la ciencia natural, la conducta humana pasó a ser verificada en forma experimental y toda persona que realizaba algún acto que cuestionaba los axiomas compartidos de la sociedad era condenada como anormal, de mente inferior o poco evolucionada, sepultando bajo estos rótulos la diversidad y pluralidad. “En la evolución de las sociedades humanas los diversos grados de mentalidad se traducen por diferentes creencias o costumbres”[8]. Esto muestra como las funciones de adaptación revisten el carácter de hábitos colectivos (éticos y costumbres) por lo tanto, el que actuaba de una manera no correspondiente a las convenciones y normas y estaba por fuera de un status social era el inadaptado, el desviado a quien se debía enderezar, para lo que se implemento un sistema de medidas y tratamientos de readaptación; corregir, curar, neutralizar.
Así, la psicología de esta época y más concretamente la clínica-criminológica se constituyeron como especialidades (y medios) para estos fines, transformándose en legitimidades de la asistencia y represión del inadaptado que se extendió al enfermo, mendigo, loco, delincuente o revolucionario. El loco y el delincuente se vuelven uno por ser asociados con la anormalidad y comparados con el individuo adaptado, siendo así lo diverso, lo inadaptado, el feo respecto del normal, bello y conformista. Mientras que en el polo opuesto “el científico positivo se transforma en el obsecuente del statu-quo, es una caricatura del noble científico soñado por el fundador”[9].

Cerebros que funcionan mal

“Sabemos ya que el hombre es un ser viviente y que todas sus funciones son el resultado de su actividad biológica en función del medio; esa concepción naturalista de la vida mental obligara a tomar los datos de las ciencias biológicas como fundamento de la psicología”[10].
La psicología de principios del siglo XX tenía una base fisiológica (psicofisiología), se ocupaba de precisar los desordenes funcionales de la actividad psíquica, es decir, de buscar el determinismo de un acto antisocial en la constitución orgánica del individuo ya que se creía que la actividad anormal, que en relación al ambiente se manifiestaba como acto antisocial, era producida por el “funcionamiento anormal de la psiquis”[11]. Los resultados de esta búsqueda, en especial de la criminología y psicopatología criminal fueron, por ejemplo, el tipo del amoral congénito que puede ser identificado con el “delincuente nato”, determinado por el atavismo, de Lombroso (Escuela positiva italiana).
La psicología biológica le asigna a las funciones psíquicas un rol esencialmente protectivo de la vida, “sirven para procurar la mejor adaptación de la conducta individual al ambiente donde se lucha por la vida: la psiquis es el instrumento individual de la lucha por la vida”[12].
Y la conducta es una manifestación de las funciones psíquicas por lo tanto cuando un acto no se adaptaba a las condiciones propias de esta lucha en un ambiente social dado estos resultaban delictuosos. El delito y la locura se presentan como íntimamente ligados, el primero era el resultado de la actividad psíquica anormal en cuanto se opone a lo que el sentido moral prescribe (sentido moral como facultad rectora superior cuya ausencia bastaba para establecer la locura y en consecuencia posibilitar el delito) y la patología mental la presentaba aquel que no hacia caso de los saberes impuestos por la sociedad. Es notable que esta concepción, postulada en los comienzos del siglo XX, asociaba a la locura y al delito o crimen como manifestaciones de un mismo fenómeno, este primero se designó como “locura moral” y mas tarde como “degeneración”, por lo tanto el acento del discurso criminológico de esta época también estaba puesto en las condiciones de la herencia, en la búsqueda de una raíz orgánica y fisiológica de la patología mental y en la observación de los signos de la degeneración.
Uno de los casos argentinos, por excelencia, donde se ven plasmados estos razonamientos y da cuenta de los postulados de la época es el del criminal en serie Cayetano Santos Godino, bien conocido como el Petiso Orejudo. Un caso de degeneración cuyos estigmas eran sus malas conformaciones (bases morfológicas de la locura y el crimen) como la pequeñez de su talla, el raquitismo, la fealdad y las detenciones del desarrollo de los órganos sexuales, también se dijo que la degeneración podría resultar del “irregular funcionamiento de las glándulas, cuyo influjo misterioso se observa en la pequeña estatura del criminal, el tamaño y forma de las orejas y el desarrollo de la función genital”[13]. Según el Juez Oro había que considerar a Godino como un loco moral y los especialistas lo calificaron de imbecil e inadaptado, decían: “la imbecibilidad incurable de Godino no excluye el que este sea pasible de una mejor adaptación (...) si le proporcionamos un ambiente que le despierte y le reeduque en lo posible los rudimentarios instintos sociales inherentes a todo ser humano, si algo de humano le restare a este triste degenerado”[14].

La escena concluyente

Las instituciones de psicología aplicada estrechamente ligadas al ámbito medico, como las clínico-criminológicas lograron firmeza y permanencia en el tiempo, claro que esta continuidad conceptual e institucional fue sostenida desde varios aspectos por el régimen político – económico. En esta época de democracia restringida no eran permitidos otros discursos o ideologías que se alejaran de una concepción naturalista del hombre, la cual le otorgaba un rol pasivo e irresponsable al sujeto social y que por lo tanto fundamentaba una política social. Bajo estas doctrinas tampoco eran estimuladas las posibilidades de cambio, de todas maneras ya invisivilizadas por el manto del inexorable determinismo, tanto en el plano biológico como social.
Mas tarde, luego del año 1916, especialmente en el ´18 con la reforma universitaria dentro de un marco de democracia ampliada el enfoque positivista cederá a la prevalencia de puntos de vista humanistas que situarán a la psicología como ciencia del espíritu con fuerte compromiso ético en el estudio de la subjetividad.





[1] Bujan, J.A: “Elementos de criminología en la realidad social”, ED. Ábaco de Rodolfo Depalma, Argentina, 1999, p.109
[2] Hace base teórica en Herbert Spencer y Augusto Comte. Al respecto expresaba FUCITO: “la obra de Spencer y Augusto Comte tiene en comun la fe en la ciencia como instrumento capaz de mejorar a la humanidad, la marginaciion de los problemas metafísicos y la pretensión de generar una nueva forma de convivencia social”, en Sociología del derecho, Universidad, Buenos Aires, 1993, p. 134.
[3] Ingenieros, J.: “Ensayos escogidos”, Biblioteca Básica Argentina, Buenos Aires, 1992, Cáp. I: De la Sociología como ciencia natural. Las sociedades humanas. p.9.
[4] Bujan, J.A: “Elementos de criminología en la realidad social”, Ed. Ábaco de Rodolfo Depalma, Argentina, 1999, p.109
[5] Ingenieros, J.: “Ensayos escogidos”, Biblioteca Básica Argentina, Buenos Aires, 1992, Cáp. I: De la Sociología como ciencia natural. Las sociedades humanas. p.9.
[6] Ingenieros, J.: “Ensayos escogidos”, Biblioteca Básica Argentina, Buenos Aires, 1992, Cáp. I: De la Sociología como ciencia natural. Las sociedades humanas. p. 11
[7] Bujan, J.A: “Elementos de criminología en la realidad social”, Ed. Ábaco de Rodolfo Depalma, Argentina, 1999, p. 115
[8] Ingenieros, J.: “Ensayos escogidos”, Biblioteca Básica Argentina, Buenos Aires, 1992, Cáp. I: De la Sociología como ciencia natural. Las sociedades humanas. p. 18
[9] Bujan, J.A: “Elementos de criminología en la realidad social”, Ed. Ábaco de Rodolfo Depalma, Argentina, 1999, p. 110
[10] Ingenieros, J.: “Para una filosofía argentina”, en Revista de Filosofía-Cultura-Ciencias-Educación, año I:1, (enero de 1915), 5
[11] Ingenieros, J.: “Nuevos rumbos en la antropología criminal” en “Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines”, 1907 p.15
[12] Ingenieros, J.: “Nuevos rumbos en la antropología criminal” en “Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines”, 1907 p.19
[13] Aguirre, O. “Enemigos públicos”, Los más buscados en la historia criminal Argentina, ED. Aguilar, Buenos Aires, 2003, Cáp. 2, Pág. 100
[14] Aguirre, O. “Enemigos públicos”, Los más buscados en la historia criminal Argentina, ED. Aguilar, Buenos Aires, 2003, Cáp. 2, Pág. 105

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